15 de febrero de 2011

Juegos... ¿de la infancia?

De pequeños jugamos a muchas cosas:

El escondite. Ese juego en el que todos nos escondemos para que no nos encuentre “el que hinca”, el que está contando vamos. Corremos como locos por todas las habitaciones de casa buscando el mejor sitio, y cuando crees que lo has encontrado, alguien se te ha adelantado y te ha quitado el lugar en el que creías que no te iba a encontrar jamás. Pero al final lo encuentras. Y nervioso y corriendo te escondes por que “el que hinca” va por el número 80, y por democracia, habéis elegido que cuente hasta 100. Cuando dice “¡99 y 100! ¡Qué voy!”, te pones aún más nervioso de lo que estabas: intentas no respirar, no moverte, de vez en cuando se te salta una sonrisilla nerviosa, y justo, justo en el momento menos indicado, te haces pis. Ya has oído decir: “Por Juan, por Pepe, por Eva…” y ¡sólo falta tu nombre! Te sientes un triunfador, un campeón. Y es que claro, ¡¿cómo te va a encontrar, si te has escondido debajo de la alfombra?! Finalmente sales, porque no te aguantas más, y corriendo vas y gritas: “¡Por mi y por todos mis compañeros!”. Y todos llegan corriendo a ti, te abrazan, te dicen lo genial que eres, y al pobre de “el que hinca” le toca contar otra vez. Eso sí que es un triunfo.

Con el pilla pilla ocurre algo parecido. “El que hinca” tiene que coger, “pillar” a todos los participantes de esta aventura. La diferencia es que aquí no tienes que esconderte. Tienes que correr, ser un buen corredor, ¡el mejor de todos!, y huir para que no te toquen con la mano. Lo bueno es que en este juego hay “casa” o “madre”, es decir, un lugar con poderes que hace que seas protegido y que no puedas ser pillado nunca. Y tú puedes llegar a un árbol y decir muy orgulloso “¡casa!”, que como te roce con una uña le toca contar de nuevo. ¡Ah! También está la opción de ser palomita blanca. Pero eso vale en todos los juegos habidos y por haber. Te involucras en el juego, pero hasta un punto: puedes esconderte y correr perfectamente, pero en el momento en el que te toque hincar… “¡eres palomita blanca!”. Y que se fastidien los demás, porque tú no vas a hacer nada…

A la gallinita ciega también hemos jugado de pequeños. Cuando te toca serlo, te tienes que poner en el centro de un círculo de personas y taparte los ojos con un pañuelo, o cerrarlos todo lo que puedas sin hacer trampa. El juego consiste en dar muchas vueltas sobre ti mismo para que acabes completamente mareado, y después busques a las personas que te rodeaban en la circunferencia. Lo normal es hacerle burla a la “gallinita ciega” cuando tiene los ojos tapados y se está dirigiendo hacia ti, pero ella nunca ve lo que tiene delante, detrás y lo que está pasando. En el momento en el que toca a una persona, tiene que adivinar quién es. Si no lo consigue, le toca ser la gallinita de nuevo.



Por supuesto, hay muchísimos más, pero estos son los que más han marcado mi vida. Cuando vamos creciendo creemos que hemos dejado de jugar a ellos, pero no nos damos cuenta de que estamos jugando constantemente a los juegos de siempre: en el escondite uno se esconde para que no le encuentren; en el pilla pilla huye para que no le cojan; y en la gallinita ciega se tapa los ojos y no ve lo que hay a su alrededor. ¿Y no es lo que hacemos cuando crecemos? Si tenemos miedo de algo nos escondemos. Si vemos que alguien nos persigue corremos y corremos para perderlo de vista. Si hay problemas a tu alrededor te tapas los ojos con un pañuelo, y una vez ciego, te mueves de acá para allá sin saber que es lo que está pasando.
Cristina y yo. Mi cumple: 2 añitos.


Entonces, ¿por qué siempre he tenido y TENGO miedo a crecer, y a hacerme mayor, si al fin y al cabo voy a actuar de la misma manera?